miércoles, 24 de febrero de 2010

La moral de una cucaracha o el amante dictador

El señor Gregorio Samsa alcanzaba ya el medio siglo y, como siempre, recostado en su sillón. Después del trabajo, la sola idea de deambular por la ciudad o dedicarse a cualquier tipo de actividad lúdica le producía verdaderas náuseas. Una tarde, allí sentado con un libro entre las manos un pequeño ruido le hizo distraerse. Parecía el sonido del paso de algún insecto de tamaño considerable. Rastreo la casa y dio con el bicho que pululaba por allí; una cucaracha de largos bigotes. Así le pareció, que realmente tenía bigotes y una cara la mar de simpática. Le calló tan en gracia la cucaracha que se la quedó. Taponó todas las rendijas de las paredes y las esquinas por las que la cucaracha pudiera escaparse y le dio la bienvenida a su hogar. Para no andarse tuteándola la puso de nombre Kafka. La trataba de maravilla, cada día después del trabajo se entretenía buscándola por la casa y alimentándola con manjares, cuyo valor el parásito no comprendía pero aceptaba de muy buena gana. Al tiempo, empezó a pensar que su amigo tenía demasiada libertad, había días que no aparecía o que se metía en su cama y eso, a un hombre que llevaba toda la vida siendo rey y señor de su hogar, no le parecía un buen comportamiento. Así que decidió encerrarla en una cajita de cartón, bien acomodada y precintada para tenerla siempre a la vista. Cuando llegaba a casa la alimentaba y se divertía observándola. Para su desgracia, una tarde, descubrió que la cucaracha se había escapado de su casita. Esto enfureció bastante al señor Samsa y se puso a buscarla con mucho ahínco. La buscó hasta que anocheció y una vez rendido y solo de nuevo en su sillón, la vio aparecer por la puerta. La cucaracha se acercó a él con cariño, él se levantó y desde su altura observó como la cucaracha se alegraba de verle revoloteando alrededor de sus pies. Le pareció tan feliz este ser, feliz gracias a sus cuidados, claro, que una bilis negra de odio le hizo envidiar con todas sus fuerzas la felicidad de semejante insecto repulsivo. Sabiéndose poseedor de esta felicidad, levantó la punta del pie derecho según la cucaracha se acercaba a él y la pisó. La piso con amor, con detenimiento y placer mientras oía el crujir de su cuerpecito bajo la suela de su zapato, hasta que la mató.

2 comentarios:

  1. Espero no acabar como Kafka en una cajita. Esto será fácil, pues no creo a nadie lo suficientemente incoherente como para publicarme algo que me lleve a la posteridad.

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  2. No hará falta nadie, serán tus propios personajes.

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